Argentina se encontraba, el año pasado y antes del debate por la Resolución 125, en el podio de los tres países de mayor producción de soja transgénica. Sólo era superada por Brasil y Estado Unidos. El auge se produjo durante los últimos 10 años, mayoritariamente en provincias norteñas, allí donde el hambre y la desolación se hermanan con la desatención pública que permite nefastos negocios. Fue uno de los últimos favores del menemismo para los capitales extranjeros.
Leyendo un informe extenso informe de Sofía Pérez García y Hernán Medina, realizado durante el 2008, nos enteramos que el Grupo Monsanto es el gigante de la producción sojera en el país, que pertenece a capitales norteamericanos, que tiene un poco más de mil empleados que se triplican en épocas de cosecha, y que cuentan con plantas y estaciones en distintos puntos del país, con preponderancia en el interior de la provincia de Buenos Aires.
Es claramente significativo el origen de la empresa con la polémica desatada alrededor de la producción de soja transgénica y sus efectos contaminantes para la tierra y sus habitantes. Monsanto fue una empresa de la industria farmacéutica y alimenticia, fundada en Estados Unidos en 1901 por John Francis Queeny, y su primer producto fue la sacarina.
Durante la crisis del ‘30, Monsanto tomó impulso y concretó el sueño americano: se expandió hacia los químicos de goma, la industria textil, de papel y de cuero, y los plásticos y resinas. En el año 2000 Monsanto decidió dedicarse exclusivamente a la industria agroquímica, vendiendo herbicidas en todas partes del mundo.
Monsanto tiene presencia en los siguientes países: Argentina, Alemania, Australia, Austria, Bangladesh, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, Chile, China, Colombia, Croacia, República Checa, Dinamarca, Ecuador, Francia, Grecia, Guatemala, Honduras, Hungría, India, Indonesia, Irlanda, Italia, Japón, Jordania, Kenya, Corea, Malawi, Malasia, México, Países Bajos, Nueva Zelanda, Nicaragua, Pakistán, Paraguay, Perú, Filipinas, Polonia, Portugal, Rumania, Rusia, Senegal, Singapur, Eslovaquia, Sudáfrica, España, Sri Lanka, Suecia, Suiza, Taiwán, Tailandia, Turquía, Uganda, Ucrania, Reino Unido, Estados Unidos, Venezuela, Vietnam y Zimbabwe.
Con sede central en St. Louis, Missouri, en los Estados Unidos, emplea a 14.000 personas alrededor del mundo y declara como objetivo “ayudar a alimentar a la creciente población mundial y preservar nuestra naturaleza y medioambiente a través de la más avanzada biotecnología.”
Monsanto llegó a la Argentina en 1956. Inauguró su primera planta productora de plástico en Zárate. Posteriormente, en 1978, abrió una planta de acondicionamiento de semillas híbridas de maíz en Pergamino. En 1991 se asoció con PASA, Petroquímica Argentina S.A., para formar Unistar, que se transformó en uno de los principales productores de resina estirénica en Latinoamérica. Cinco años después, Monsanto vendió a Unistar en su totalidad a PASA. En 1994 se inauguró una nueva planta de acondicionamiento de semillas híbridas de maíz, en Rojas. En 1997 se creó una nueva empresa para la producción y comercialización de semillas de algodón mejoradas mediante ingeniería genética. Ésta última fue adquirida por Monsanto en 1998 cuando a su vez adquiere DEKALB Genetics Corporation. En este mismo año, conformó un Joint Venture con Cargill Inc a nivel mundial. En el año 2000 se inauguró la planta de glifosato iniciada dos años antes y Monsanto se fusionó con al empresa Pharmacia & Upjohn, sólo duró dos años.
El crecimiento fue meteórico. Pero todo tiene un costo. Monsanto tiene reiteradas infracciones a las Normas de Naciones Unidas sobre Responsabilidad Social Empresaria.
Además de la protección de derechos individuales, estas normas defienden la soberanía alimentaria, pérdida de la biodiversidad, pueblos originarios desplazados, o concentración de la tierra (extranjerización).
En la última década, nuestro país presenció un altísimo avance de la sojización, con altos márgenes de ganancias para los grandes productores. El negocio incentivó un proceso de desalojos y empobrecimiento de las comunidades, con avance desmedido de cultivos
En 1996, durante el gobierno de Carlos Menem, de la mano del Secretario de Agricultura, Ganaderia y Pesca Ingeniero Felipe Solá, se aprobó la siembra comercial de semillas transgénicas. Empresas como Monsanto y Cargill comenzaron la producción y comercialización de sus semillas modificadas genéticamente. El país se convirtió en un gran desierto verde: las plantaciones de soja arrasaron con montes y ecosistemas, dejaron en la ruina a miles de pequeños productores y campesinos, y terminaron con la tradicional riqueza y biodiversidad del país.
Argentina produce la mayor tasa de alimentos por habitantes del mundo: aproximadamente unos 3.500 kilos de alimento por habitante cada año. La defensa de los intereses del agrobusiness de la soja genera un cuadro de violencia sistemática en contra de las poblaciones rurales e indígenas que se traduce en desalojos, detenciones, persecuciones y amenazas a quienes se resisten. La presión para que abandonen sus tierras se traduce en hostigamientos que van desde la contaminación intencional de fuentes de agua hasta el robo o matanza de animales. El uso intensivo de agroquímicos y las fumigaciones en cultivos de soja muchas veces terminan contaminando a población de zonas aledañas, a sus cultivos, animales y fuentes de agua.
Además, Monsanto busca la vía libre para el monopolio del mercado de las semillas, comprando empresas en todo el mundo.
PELIGRO DE MUERTE
El rasgo más alarmante es la contaminación de tierra fértil. Hay denuncias corroboradas y documentación fiel de casos en los que se perdió el cultivo, murió vegetación y animales de chacra, malformaciones, y otras atrocidades provocadas por los herbicidas de Monsanto debido a fumigaciones irresponsables. Se cuentan casos en Formosa, Córdoba, Santa Fe, Saladillo, Lobería, etc.
Estudios de toxicidad revelaron efectos adversos del Glisofato en todas las categorías estandarizadas de pruebas toxicológicas de laboratorio en la mayoría de las dosis ensayadas: lesiones en glándulas salivales, inflamación gástrica, daños genéticos, trastornos reproductivos, y aumento de la frecuencia de tumores hepáticos en ratas macho y de cáncer tiroideo en hembras.
El Glifosato puede interferir con algunas funciones enzimáticas en animales, pero los síntomas de envenenamiento sólo ocurren con dosis muy altas. Sin embargo, los productos que contienen glifosato también contienen otros compuestos que pueden ser tóxicos.
Todo producto pesticida contiene, además del ingrediente “activo”, otras sustancias cuya función es facilitar su manejo o aumentar su eficacia. En general, estos ingredientes, engañosamente denominados “inertes”, no son especificados en las etiquetas del producto. Por lo tanto, las características toxicológicas de los productos de mercado son diferentes a las del glifosato solo. La formulación herbicida más utilizada (Round-Up) contiene el surfactante polioxietileno-amina (POEA), ácidos orgánicos de glifosato relacionados, isopropilamina y agua.
La Agencia de Protección Medioambiental (EPA) ya reclasificó los plaguicidas que contienen glifosato como clase II, altamente tóxicos, por ser irritantes de los ojos. La Organización Mundial de la Salud, sin embargo, describe efectos más serios; en varios estudios con conejos, los calificó como “fuertemente” o “extremadamente” irritantes. El ingrediente activo (glifosato) está clasificado como extremadamente tóxico (categoría I).
En humanos, los síntomas de envenenamiento incluyen irritaciones dérmicas y oculares, náuseas y mareos, edema pulmonar, descenso de la presión sanguínea, reacciones alérgicas, dolor abdominal, pérdida masiva de líquido gastrointestinal, vómito, pérdida de conciencia, destrucción de glóbulos rojos, electrocardiogramas anormales y daño o falla renal.
Hasta el advenimiento de los cultivos transgénicos tolerantes al glifosato, el límite máximo de glifosato residual en soja establecido en EE.UU. y Europa era de 0,1 miligramos por kilogramo. Pero a partir de 1996, estos países lo elevaron a 20 mg/kg, un incremento de 200 veces el límite anterior. Semejante aumento responde a que las empresas productoras de glifosato están solicitando permisos para que se apruebe la presencia de mayores concentraciones de glifosato en alimentos derivados de cultivos transgénicos. Monsanto, por ejemplo, ya fue autorizado para un triple incremento en soja transgénica en Europa y en EE.UU. (de 6 ppm a 20 ppm).
EL EJE LABORAL TAMBIÉN TIENE PESTILENCIAS
Este modelo de producción emplea a sólo una persona cada 500 hectáreas, lo cual se tradujo en la pérdida de 4 de cada 5 puestos de trabajo en el campo. Son frecuentes los accidentes laborales con agroquímicos en todo el mundo.
Siendo habitual la exposición laboral en altas dosis de estas sustancias, debería protegerse en forma especial a los aplicadores del producto de los cultivos, en lugar de seguir insistiendo las empresas productoras en su argumento respecto de la baja toxicidad del glifosato.
Fuente: Ecoportal.com – Informe de Sofía Pérez García y Hernán Medina